Leyó la última frase de la
conversación y el móvil cayó al suelo desde su mano, que quedó paralizada, al
igual que el resto de su cuerpo. Una lágrima se fue resbalando por su mejilla
hasta caer al suelo. Su cuerpo no le respondía y por su mente desfilaban
palabras sin sentido y miles de imágenes borrosas. Empezó a marearse así que
fue bajando lentamente la espalda apoyada en la pared hasta quedar sentada en
el suelo. Se abrazó las piernas y se permitió llorar durante un buen rato. Se
sentía completamente desconsolada. “Estoy
sola, no me queda nadie, no sé que hacer”. Todo se fue nublando y la
oscuridad la rodeó. Estaba perdida y desesperanzada. Entonces, entre aquella
confusión, entre aquella niebla, apareció una lejana luz y una voz habló:
-
No estás sola, yo
estoy contigo.
Era una voz que transmitía una
tremenda paz, una voz que ella conocía. Levantó los ojos y vio como se iba
acercando poco a poco una figura, un hombre alto y joven que, conforme se
acercaba, iba haciendo desaparecer la oscuridad. Ella sonrió al verle, pero a
la vez se avergonzó de sí misma, hacía tiempo que no hablaba con él. Le había
dejado un poco olvidado los últimos días aún cuando le había prometido una
amistad eterna no estaba poniendo mucho de su parte. Sin embargo cuando él se
acercó su expresión era de alegría, no de enfado.
-
¿Qué te ocurre? ¿Por
qué lloras?- le dijo al tiempo que limpiaba una nueva lágrima que había
salido de los ojos de la chica.
-
No sé que hacer…
Ya todo está perdido. He estado haciendo
mucho y no obtengo resultados de nada, cada paso que doy hacia delante parece
que retrocedo dos. Hay demasiadas cosas, yo sola no puedo con tanto…
Él la miró y la abrazó un buen
rato, dejando que sus lágrimas empapasen la manga de su jersey blanco. Pasado
un momento le dio un beso en la cabeza. Y le sujetó el rostro haciendo que ella
le mirase a los ojos.
-
Yo estoy contigo -
repitió en un susurro – No te preocupes
porque sabes que pase lo que pase no te dejaré.
Ella no pudo soportar por mucho
tiempo una mirada tan profunda y sincera y apartando los ojos comenzó a llorar
de nuevo en sus brazos.
-
Quiero poder
hacer algo, sentirme útil, sentir que mis esfuerzos no son en vano…- dijo
ella entre sollozos.
-
Para ayudar a
otros primero tendrás que ayudarte a ti misma ¿no crees? – al ver que ella
callaba continuó – No creas que no me doy
cuenta de cómo estás, no pienses que de verdad me trago esa careta que llevas
de estar bien, porque no es verdad y lo sabes. Estoy aquí por ti, para ayudarte,
pero tienes que dejarme, quitar todas esas barreras que tienes, abrirte por
completo.
Ella volvió a mirarle a los ojos,
esta vez con seguridad.
-
Está bien, me
rindo – le dijo -, necesito tu ayuda.
Quédate conmigo, llévate todo el dolor que siento…
Él entonces se levantó y le tendió
la mano para levantarla, la abrazó con fuerza y le dio un beso en la frente
sonriendo.
Despertó acurrucada en el suelo.
Se había hecho tarde y la luz que se filtraba por la ventana de su habitación
era cada vez más tenue. Entonces recordó el sueño que acababa de tener, sonrió
y sus ojos se encontraron con un objeto que reposaba en su mesita de noche
desde hacía semanas. Era un libro, El Libro.
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