Liz observaba la
lluvia en silencio a través de la ventanilla del coche. Iba con sus padres
hacia el viejo caserón de su tío abuelo, que había muerto una semana atrás. En
sus diecisiete años de vida nunca lo había visto, pero le había dejado herencia
a su madre y por lo tanto tenían que estar presentes en la lectura del
testamento.
La mansión
estaba alejada de la ciudad, ya que su dueño había sido una persona solitaria,
así que el trayecto era largo y aburrido. Liz se distraía mirando cómo las
gotas resbalaban una a una por el cristal, intentando adivinar cuál acabaría
antes abajo. Llegaron y atravesaron el vasto jardín principal de la casona,
sembrado de abedules, lo que le daba un aspecto un tanto siniestro.
La gran casa
bien podía parecer en mal estado, debido a su antigüedad, pero aún así se
mantenía en pie a pesar del paso de los años, sin una sola grieta que
atravesase sus paredes. Entraron y fueron conducidos por un viejo mayordomo
hacia el salón principal, donde esperaban algunos de los que habían sido
mencionados en el testamento.
Era un espacio
grande, cuyas cuatro paredes desprendían frialdad, cubiertas de enormes cuadros
de rostros serios. También había una chimenea apagada y unos pocos sillones
esparcidos sin orden. Pero lo que más llamaba la atención era la lujosa vitrina
de cristal que presidía el salón. Dentro había un libro de tapas negras, más
parecido a un diario, porque tenía dos cerraduras de metal, con un tallado
floral. El mayordomo parecía alardear de aquel ejemplar, repitiendo una y otra
vez su alto valor monetario.
Los que faltaban
fueron llegando y, cuando todos estuvieron reunidos, pasaron al que había sido
el despacho del difunto, precedidos por el notario y cerraron la puerta tras
ellos dejando a Liz sola, con la promesa de acabar pronto. Ella decidió esperar
en el vacío pasillo, paseando de un lado a otro.
Pasada media
hora, se había recorrido el corredor de derecha a izquierda, suficientes veces
como para conocerse todos sus detalles a la perfección. Empezaba a aburrirse,
así que decidió que seguramente al tío abuelo de su madre no le importaría que
hiciese una rápida visita a su casa. Total, estaba muerto, no había nada que
esconder.
En el ala este
estaban el gran salón, el despacho y el pasillo donde se encontraba. Había unas
enormes escaleras que llevaban hacia una planta superior pero, cuando estaba a
punto de poner el pie en el primer peldaño, su vista se desvió hacia la
derecha, descubriendo una puerta que quedaba camuflada. Inmediatamente decidió
que la segunda planta podía esperar a que explorara lo que había allí detrás.
Era una puerta
pesada, de roble y recubierta de varios tipos de cerrojos, con un antiguo
candado, algo inservible, puesto que había un gran manojo de llaves colgadas
junto a la puerta. Después de diez tortuosos minutos arrastrando los atrancados
pestillos y otros pocos empujando con todas sus fuerzas, logró entreabrirla lo
suficiente como para poder pasar al otro lado sin dificultad.
Había unas escaleras
de piedra, iluminadas sólo por la poca luz que entraba por el hueco de la
puerta entreabierta. Cerró los ojos unos segundos para acostumbrarlos a la
semioscuridad y comenzó a bajar, apoyándose en el frío muro a su derecha. El
ambiente fue volviéndose húmedo conforme bajaba y al llegar al último escalón se
encontró con una red de pasillos, iluminados débilmente por varias antorchas
muy distantes entre sí. Eligió uno al azar y continuó andando. A ambos lados
había aperturas, unas con puerta y otras sin ella, que daban a pequeñas
habitaciones vacías, sin ningún otro mobiliario que un poyo de piedra. Tardó
poco tiempo en averiguar lo que era aquello, estaba rodeada de antiguas
mazmorras.
Cualquier otra
chica de su edad habría salido corriendo de aquel sitio y habría vuelto al
pasillo, junto a la puerta del despacho, a esperar la salida de sus padres,
pero ella era diferente y no tenía miedo. Así que avanzó para observar
detenidamente todas las estancias. Llegó un momento en el que se acabaron las
puertas y el corredor continuaba hacia delante, pero decidió ir hasta el final.
Al fondo, se encontró el pasillo bloqueado por una verja de hierro, en la que
había una puerta. Se había dado la vuelta para regresar cuando escuchó unos
murmullos a su espalda. Se volvió y se agarró a los barrotes para intentar
vislumbrar qué era lo que había al otro lado. Recorrió la habitación con la
vista hasta descubrir, sentado en una esquina, a un ser que se mecía
abrazándose las rodillas mientras susurraba palabras ininteligibles. Liz se
quedó observándole esperando que notase su presencia, pero al ver que el
extraño parecía no reaccionar decidió hablarle.
-
Hola – le dijo y comprobó que, en efecto, el
desconocido no la había escuchado acercarse, puesto que dio un gran salto hacia
atrás al verla.
Era un chico
escuálido. Llamaban la atención la palidez de su rostro y su piel, color
ceniza. Su pelo alborotado era negro, oscuro como la noche más cerrada y sus
ojos, grises, profundos, tanto que parecía verse su alma a través de ellos.
Vestía únicamente unos gastados vaqueros, quedando al descubierto su delgado
torso.
Más extrañado
que asustado, la miró fijamente a los ojos, como intentando descifrar si sus
intenciones eran o no buenas.
-
Hola – volvió a repetir, esta vez con una sonrisa -,
soy Liz.
El chico siguió
en silencio, observándola desde la esquina, sin atreverse a abrir la boca.
-
¿Quién eres? - siguió intentándolo ella - ¿Qué haces
aquí encerrado?
Al ver la
inocencia de la chica, por fin se atrevió a hablar.
-
Jack –
susurró. Su voz era tan suave y dulce que no parecía humana.
-
¿Ese es tu nombre? ¿Jack?
Él asintió y siguió
mirándola con curiosidad, sin decir nada más.
-
Veo que no eres muy hablador ¿por eso estás aquí?
El chico comenzó
a reír con una risa siniestra y sombría, que hizo que Liz se echase hacia atrás,
asustada.
-
¿En verdad
piensas que iban a encerrar a un chico por no hablar? – le preguntó.
-
Ha sido lo primero que se me ha ocurrido – contestó
ella en un susurro consternada aún por la reacción de él.
-
Siento haberte
asustado – se disculpó – simplemente
me ha hecho gracia la pregunta.
Los dos quedaron
en silencio de nuevo, observándose por largo rato el uno al otro con cierta
curiosidad. Al ver que ella era ahora la que no hablaba, Jack tomó la palabra.
-
Estoy aquí por
una larga historia, pero quizás si me ayudas a salir de aquí puedo contártela
– dejó caer levantando una ceja.
Ella lo miró
detenidamente. Estaba hablando con un encarcelado, podía ser perfectamente un
ladrón, un loco, un asesino… pero el chico le inspiraba tranquilidad, así que
acabó aceptando.
-
Está bien,
empezaré desde el principio, contándote quién soy y lo que es más importante:
qué soy – dijo él como introducción.
Soy un Escritor. Los Escritores no somos
humanos, somos seres con una capacidad especial para expresar a la perfección
nuestros sentimientos con palabras y poder entrelazarlos en las historias que
escribimos, dejando en ellas, como sello, parte de nuestra propia alma.
Somos solitarios, seres que como única
compañía tenemos a nuestra conciencia. Nuestros sentimientos son los más
fuertes y profundos que pueden existir, pero
aún así, tenemos prohibido enamorarnos y mantener una relación con cualquier
humano, porque somos seres semieternos, es decir, vivimos indefinidamente hasta
que no nos queda nada que contar, seres que nadie, excepto nosotros mismos, (y
tú ahora) sabemos de nuestra existencia y nuestro secreto debe quedar oculto.
Estamos destinados a observar el mundo sin poder ser parte de él, a vivir
mimetizados con las personas sin llamar la atención, a viajar de unos lugares a
otros y aprender continuamente de la gente que nos rodea.
Cada escritor posee un cuaderno especial,
algo así como un diario. Este contiene su alma sin máscaras, su esencia más
pura. En él, las palabras fluyen en completa armonía y crean la composición
exacta y perfecta de la verdadera naturaleza de su dueño. Debido a esa
perfección, ese cuaderno podría destruir a cualquier ser humano que lo leyese
si no tuviese la fuerza suficiente para soportar todo el sufrimiento que queda
en él plasmado, un sentimiento que ninguna persona sería capaz de describir,
tan hiriente, que las palabras parecen gritar desgarrando el corazón de aquel
que las lee.
Si cualquier historia que escribimos está
interconectada a nosotros por un estrecho
lazo cuando sólo contiene parte de
nuestra alma, es inimaginable la relación tan profunda que existe entre las
palabras del cuaderno y su dueño, tanta que podemos sentir a través de él. Así que, la mayoría de las veces que un Cazador lo
roba, el Escritor no soporta la angustia y acaba quitándose la vida,
desapareciendo el diario con él. Si por el contrario, es el cuaderno el que se
destruye, su Escritor queda sin alma, como una simple carcasa vacía que vaga
sin rumbo y termina muriendo.
Te preguntarás qué es un Cazador. Pues bien,
existen humanos que saben de nuestra existencia, humanos de perverso corazón,
que se dedican a seguirnos el rastro y cazarnos como si fuésemos bestias para
tener control sobre nosotros. Y consiguen un total sometimiento cuando se hacen
con el cuaderno del Escritor. De esta forma nos chantajean a fin de que escribamos para su provecho…
La voz de Jack
se había ido apagando poco a poco con la última frase hasta que el silencio les
invadió, y ninguno de los dos fue capaz de romperlo en los minutos siguientes. Liz
observó al extraño muchacho, que tenía la mirada perdida en el suelo.
-
Por eso estás aquí – afirmó, más bien para sí misma, comprendiéndolo
todo.
-
Exacto –
respondió él con una sonrisa, levantando el rostro para mirarle a los ojos -. ¿Me ayudarás a salir?
-
Una promesa es una promesa.
Sacó el manojo
de llaves de su bolsillo y buscó una que encajase en la cerradura. Al momento
la puerta se abrió. El chico se levantó y al pasar junto a ella le dio las
gracias y volvió a sonreír.
Liz se quedó
inmóvil en el pasillo, observando como el Escritor recuperaba su libertad. Pasados
unos minutos subió y colocó las llaves donde las había encontrado. Se dirigió
al salón principal, desde donde se escuchaban voces alteradas. Entró y se
fundió entre los presentes. El mayordomo se encontraba en el centro de la
habitación, agitando las manos mientras gritaba descompuesto. Al principio no
entendió qué era lo que le había trastornado tanto, hasta que se dio cuenta de
que la vitrina estaba vacía. El libro había desaparecido, pero Liz sabía que
ahora estaba con su verdadero dueño.
2 comentarios:
Hola verás estuve mirando la lista de "Apadrina un blog"... Hace poquito que pasé de ser ahijada a ser madrina y creo que va siendo hora de me estrene como madrina.
Entré en tu blog por curiosidad y me gusta mucho lo que haces y como escribes, aquí la señora también lo intenta.
Mira te dejo mis dos blogs para que les eches un vistazos y veas si me ves bien:
sonrisasmomentaneas.blosgpot.com
algomasqueuninfinito.blogspot.
Y te dejo mi email por si quieres contactarme si prefieres dejamelo en un comentarios.
Besos.
Te sigo.
Holaa!! Me ha gustado bastantemente mucho. Me asombra cada vez que leo algo tuyo la capacidad que tienes de atraer la atención del lector y engancharlo. Sigue así porque lo que escribes es precioso.
Saludos
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