Bueno pues aquí estoy de nuevo, ya ha acabado el trimestre así que, si no ocurre nada, mi idea es estar por aquí más a menudo a partir de ahora. Hoy os traigo un pequeño relato que escribí el otro día para el cumpleaños de un amigo. Espero que os guste :)
Aquel día estaba nevando. Fuera la calle se
recubría por un blanco manto, y el viento soplaba llevando de un lado a otro
los delicados copos de nieve antes de que cayesen al suelo.
Pese al frío que inundaba el exterior, aquel
salón mantenía un ambiente cálido. Las vivas llamas de la chimenea alumbraban
la habitación a la vez que le proporcionaban una temperatura idónea. Había tres
gatos esparcidos por la alfombra disfrutando del calor, y otro más se había
acurrucado en su regazo. Jonatan lo acariciaba pensativo, con la mirada perdida
en el fuego que parecía danzar alegre.
De pronto el sonido del timbre interrumpió sus
pensamientos, el gato blanco se asustó y corrió a la alfombra a tumbarse junto
a sus compañeros.
Abrió la puerta y se encontró a una joven con un
grueso abrigo, un gorro y una bufanda de lana que solo dejaban al descubierto
sus ojos marrones. Venía cargada de cosas.
-
¿Me
dejas pasar o no? ¡Me estoy helando! – le dijo tiritando.
Él se rió y le cedió el paso a la casa. Ella se
dirigió inmediatamente al salón y dejó las bolsas junto a la puerta para correr
hacia la chimenea y calentarse las manos, incomodando a los gatos ya que
acaparaba el espacio.
-
Por
lo menos quítate el abrigo que con tanta ropa va a ser imposible que te llegue
el calor – le dijo a su hermana.
Ella le miró pensativa y se rió.
-
Siempre
siendo más inteligente que yo.
Sara se fue desprendiendo de aquellas gruesas
capas de ropa hasta quedarse con un jersey de lana, dejando lo demás apilado en
un sofá.
-
Y,
como no, viene acompañada de su desorden, para que se note su presencia –
comentó Jonatan mientras colgaba todas las desordenadas prendas en la percha –
Así pareces otra, te has quitado de golpe varios kilos.
Ella le rió la gracia y se acercó a las bolsas
que había traído.
-
Te
he hecho bizcocho… de chocolate – le dijo sacando una gran bandeja cubierta.
A él se le iluminó la cara y la destapó,
sonriendo al descubrir un apetitoso bizcocho adornado con lacasitos.
-
¡Feliz
cumpleaños!
-
¿Cómo
no te voy a querer si eres la mejor hermanita del mundo?
Ella dejó la bandeja sobre la mesa y le abrazó
con cariño.
-
Es
que te lo mereces.
Partieron dos trozos del bizcocho y se sentaron,
él en el sofá y ella en la alfombra, haciéndose un hueco entre los gatos que,
al principio la miraron con recelo, pero al ver que tenía comida se le fueron
acercando con la esperanza de conseguir algún pedazo. Pasaron la tarde hablando
junto al calor de la chimenea y cuando se dieron cuenta ya había oscurecido.
-
Venga,
hoy te invito yo a cenar – le dijo él –, que sé que la sopa te encanta.
Jonatan fue a la cocina a preparar la cena
mientras Sara acariciaba a los gatos, que se peleaban por estar más cerca de
ella.
La sopa no tardó mucho, entre los dos pusieron
la mesa y comieron con gusto aquel caldo caliente. Al acabar compartieron otro
pedazo de bizcocho y tras quitar la mesa él se volvió a la cocina para fregar
los platos. Sara arrimó el sofá a la chimenea y se tumbó. Estaba tan cansada
que se durmió al instante, acompañada del ronroneo de uno de los gatos que se
había acostado a su lado.
Cuando él llegó y la encontró dormida sonrió.
Buscó una manta y la tapó.
-
Buenas
noches, peque – le susurró – descansa.
Apagó la luz y miró a los gatos, que se habían
acomodado en el sofá con ella. Los llamó y no le hicieron caso.
-
Ya
veo que esta noche me vais a abandonar – les dijo.
Salió de la habitación dejando la puerta
entreabierta.
Fuera había parado de
nevar, la luz anaranjada de las farolas se colaba por la ventana fundiéndose
con el cálido ambiente del salón, iluminando tenuemente la sonrisa de la chica,
que soñaba con aquel día que había conocido a su hermano.